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Operación: Cuñada (38)

martes, 10 de enero de 2023
Asintió el médico:
-Sí, ya lo sabía, y donde no se me informó, lo he captado yo mismo. El piensa que le tienen aquí en reserva para alguna misión delicada que se presente dado lo bien que le cayó a Zamalloa aquella montaje que hizo en su expedición al T'Zenin de Amel-lu, con tácticas que fueron muy comentadas. Al no sacar gran cosa en limpio sobre sus comportamientos, y como persistían sus rarezas y sus contradicciones, he pedido, y me dejaron, su expediente personal, incluso los reconocimientos psicotécnicos de la Academia... Pues bien, resulta que no hay ningún punto negro, ningún indicio de desequilibrio, sea físico o psíquico, así que, de propensión al clásico asirocamiento, ¡cero!
-Eso me parecía...; ¡sano, y sin embargo, enfermo! ¡Un enfermo mental, que oscila de altivo a depresivo, en cuestión de minutos! Pero sigue, Doc, que no te debo interrumpir.
-También consideré su situación económica, que algo anduve detectando; con algunas complicidades, por supuesto. ¡Nada, que en eso está por encima de la media de todos nosotros! Si alguna pérdida tuvo en el juego, peccata minuta, que siempre pagó de contado, en efectivo o con un cheque. Por parte, en Lugo deben tener una millonada..., ¡según referencias de compañeros que conocen o tienen referencias de su familia! Y para que nada me quedase en el tintero, nada que estuviese a mi alcance quiero decir, hasta me paré en considerar esa especie de incompatibilidad que se tenían, o aún tienen, Valerio y el, pero eso no me parece que resista el análisis de una crisis psicológica...
-¡Muchacho, qué desmenuzamiento..., y después dicen que en España no se investiga, y que el Ejército sólo es Intendencia!
El médico tenía carrete para largo y siguió tirando de su hilo:
-Aunque esa Lolita, la de Valerio, es capaz de quitarle el sueño a un oso polar, ¡noche tras noche!, ella tiene tantos mariposones apegados a sus sayas que no considero estable ninguno de sus posibles antojos... ¡Nada, que en todo caso serían celos tránsfugas, de ida y vuelta, pero aun así no descarté esa idea! Aquí, en este Enclave, en estos dos mil quilómetros cuadrados, con una capitalidad tirada a cordel, donde no se puede entrar en casa alguna sin que te vean los de enfrente, sea un moro o un cristiano, pero todos ellos conocidos entre sí, ese Otelo que es el tal Valerio no tardaría en descubrir una infidelidad, en ser informado. Acto seguido, ¡destripado total, recíproco, con lo que se aprecian recíprocamente Valerio y Neira!
El capellán seguía hecho un devoto, con las manos crispadas, que ni que le predicase su arzobispo. El médico ni para el cura se volvió, rezando en su propio altar, en el de Hipócrates, de culo para la parroquia:
-Hasta se me ocurrió pensar en un hipotético complejo de Edipo: ¿Y si el mozo no sabe vivir sin su madre, una viuda por más señas, enmadrado con ella; algo parecido a lo que le pasó a Franco con la suya por culpa de aquellas veleidades del señor coronel de Máquinas de la Armada, don Nicolás? Me parece que eso es descartable, pues, con el poder económico que se les supone, y con el tiempo que lleva en el Territorio, si se tratase de una querencia materna enfermiza ya habría venido ella por aquí, ¡cien veces! Otra cosa: el tira de cartera con facilidad, que de tacaño no tiene un pelo, y luego que siempre paga al contado, así que un día, ahí en la cantina, me pareció vislumbrarle una foto de mujer, una morenaza, que no concordaba con su Felisa. En aquel relámpago visual le dije: -¡Oyes, menuda cartera, de categoría! ¿Es de serpiente, o de cocodrilo? Déjame mirarla por un instante, que yo preciso una... ¿Se la compraste a Martínez? ¡De esto los moros no tienen...! Orlando no captó mi malicia, así que se la fisgué a conciencia, entreabriéndosela y deteniéndome en aquella preciosidad de mujer: -¡Chico, con una hermana así, menuda Operación Cuñada, que igual la casabas con ese soltero de oro, con ese comandante de los Paracas, que dicen que es Grande de España...!
-¿Y..., qué, que te contestó? –El capellán, sumamente interesado en el tema.
-Pienso que se rio de mí, porque me dijo que aquella "virgen" ya se casara..., ¡con el propio hijo de Dios! ¿Una hermana metida a monja; no, Páter?
Pero el cura callaba, callaba y meditaba.
-¿No me contesta? ¡Entonces, touchet! ¡Hermana, sí, pero no suya! ¿Así que es ahí donde le duele...? ¿Hice diana, señor Cura-Páter? Entonces, misterio aclarado; pero la contradicción que me vuelve loco en esta analítica es tan inusual como absurda: ¿Como le consiente su mujer, esa Felisa, que tenga en la cartera la fotografía de una monja? ¡Aquí sí que soy un hombre al agua, un médico sin recetario! Venga, Páter, encienda su vela, ¡que me estoy cansando de predicar en una materia que es exclusivamente suya! ¿Y sabiéndolo, usted me pedía una receta, un tratamiento...? ¡Usted es un fresco!
-Doc, eso de la foto no tiene importancia; da igual, pues a los efectos es intranscendente, que muchos llevamos en la cartera una estampa de la Virgen, o la de una santa de nuestra especial devoción...
-¡Será Torquemada...! ¿Y usted, sabiendo dónde está el fuego, cómo es que no le libra de esa hoguera, si el pecador es inocente...? ¡Inocente, no, entiendo que no, que ese, o enloqueció de amores, o es un cretino! ¿Qué le tengo que recetar, un purgante de ricino, para que se vaya detrás de un argán, y no vuelva a preocuparnos?
-Hay místicas sublimes, amores sublimes..., ¡o por mejor decirlo, imposibles!
El médico se cabreó, pero mucho:
-¿Este inquisidor de almas, que lo tengo delante de mí, dándose de comprensivo, se atrevió a pedirle al médico un específico para tal enfermo, cuando usted, usted mismo, tiene en su mano una cirugía, plástica además, y tan simple, que sólo consiste en lavarle la cara a mamporrazos, en el confesionario o fuera de él, para que se deje de pamplinas, de lamentos, que eso es lo que le pasa a ese incordiante, que se enamoró de la luna achantado en tierra firme? Perdone, pero me tomó el pelo, miserablemente; ¡me rapó al cero, como si fuese un quinto!
El Capellán, tan persistente en su doctrina como su paisano el mártir de Suegos, José María Díaz Sanjurjo:
-Te ruego que no te enfades, Doc, pero eso que insinúas de quitarle la foto de la monja, o hablarle de ello...; ¡no, no puede ser eficaz, porque no lo aceptaría, ni siquiera por penitencia! Ahora que ya conoces la causa, la causa y sus efectos, tienes que buscar en tu química, en tus libros...; ¡no sé, algún remedio físico para esa dolencia espiritual, que mi medicina, la sacerdotal, ya no da para más!
-Insisto, que usted vacila conmigo: ¿específicos de los nervios para esas dolencias del alma? ¡Como estamos en África, igual me toma por un alfaquí, por un hechicero de esta tribu de los Ait Baamarán! Venga, capellán, tire de hisopo, échele cara a la cosa, y dígale a ese Neira, a ese Romeo, que se deje de coñas, que no se vaya a suicidar por una Julieta imposible, o inaccesible, y que le arrime el pecho a la Patria, que también es una fulana excelente, que nos quiere y nos necesita a todos, cuanto más jóvenes, mejor, y que ya pasaron aquellos tiempos del romanticismo, aquellos amores sublimes, ¡estúpidamente sublimes! ¡Ah, e dígale también, si quiere, que le autorizo para hacerlo, que yo no voy a estar aquí, a sus órdenes, en estos tiempos de guerra subyacente, con estos montes a parir metralla, encubriéndole sus depresiones anímicas de señorito maricón, mientras otros compañeros se están jugando el tipo, y no sólo su tipo sino también la seguridad de sus familias, por ahí adelante, en los destacamentos, en los poblados, y eso que ellos no tienen otras rentas defendibles, posiblemente no!
-Doc, que tampoco es un cobarde, pero el pobre, con esas depresiones, con esas caídas de ánimo...
-¡No; un cobarde, probablemente, no; pero un mariconazo sí que lo es! Cuando retornamos del T'Zenin, con el convoy de aquel relevo, que me llevaron dando por seguro que tendríamos heridos, que alguno hubo..., me quedé impresionado de la competencia, de la valentía y de la capacidad, tanto estratégica como táctica, de este novato, que se está bautizando en África; tanto así, que se lo conté al propio coronel, y con tanto encomio que si de mi dependiese le daría una medalla, pero eso de enfermar de amores, eso de acojonarse por un amor no correspondido, o no aceptado..., ¡ahí, no, que por ahí no paso! Su mujer, si lo sabe, le disculpará eso de la foto de una monja, ¡pero yo, en su caso, no le perdonaría esa comedia bufa!
-El no engaña, Doc; ¡simplemente, sufre, y calla, pero hace disparates! Es un chico sensible, mimado, con una sensibilidad romántica, trasnochada, valleinclanesca, a la que no estamos acostumbrados, ¡y en el Ejército de África, menos aún!
-¡Pues, ni así, que esos lujos no caben en un cuartel, y menos en zona de guerra! ¿Sabe que le digo? ¡Y va de repetición! ¡Que esa enfermedad, esas paparruchas nerviosas de un alma sensible, esas mariconadas, más dependen de usted que de mí, así que le doy dos semanas de tratamiento, ¡dos!, que más allá de ese plazo me planto en el despacho del coronel y le propongo que lo mande destacado, que ya está bien de agravios comparativos por encubrirle sus nervios, o más que nervios, esa chorrada anímica! ¡Bien me importa a mi decir digo donde antes dije Diego, con las evidencias que tengo y con lo peligroso que es en el Ejército encubrir un demente!
¿Señorito de Casino, señorito de salón, besándoles la mano a las mujeres de esos compañeros sacrificados, sembrados por todo el Territorio, como conejos, esperando, a cada instante, el cup de una gumía traicionera, incluso de sus propios mandados, incluso de los indígenas de su propia Unidad? ¡En lo que de mi dependa, queda excomulgado! Más le digo, y termino, ahora sí, que ese alfeñique no merece más consultas: Si Zamalloa llega a sospechar que aquí, en Tiradores, usted, y yo mismo, estamos encubriendo enfermos sin una enfermedad típica, ni típica ni tópica..., ¡es que nos borra de la nómina, en menos de lo que el tarda nuestro Gobernador en zamparse un whisky!
-.-

Hogar, dulce hogar

29.9.1957
-...
-Hermana, que ya está bien; no esperemos más por Orlando, y ponles la merienda a los niños, que para ellos se hace tarde.
-Mujer, estaba haciendo tiempo a ver si llega tu marido, que le dijo a Pascual que hoy bajaría en la segunda de las guaguas.
-¿Aún no conoces a mi Orlando? ¡Pues yo tampoco, y eso que duermo con él...; de cuando en vez, cuando baja a casa! No me dejó plantada, allí, en la puerta de la Iglesia, porque aquel día, desde que se vistió de gala, con el Capellán también revestido, y con su coronel de sable, otra cosa no podía hacer, ¡que si no...!
Pascual, siempre recomponiendo en los cachos de la olla familiar:
-Pero, cuñada, ¿tú, hablando mal de los ausentes...? Recuerda que otras veces te pusiste nerviosa, y protestona, sin motivo, y el, mientras, bien atareado y bien justificado.
-Sí, Pascual; admito que algunas veces fue cierto, pero otras también lo fue que estuvo dándole al dominó con el capellán, o con su comandante, y yo, mientras, más sola que la luna, que bien sabes lo poco que me trato con las vecinas, en particular con las de los oficiales; y luego siempre amedrentada por culpa de los moros, que bien veis lo alborotados que andan con esos verbos tan provocativos de su Iahia El Malik, eso de que viva su Rey, o Sultán, o como haya que llamarle, que ni fuerzas tengo para venirme aquí, a tu casa, estos cien metros, que prefiero diez kilómetros de frontera portuguesa! ¡Pero tú, cuñado, excusas de encubrirle, que después todo se sabe..., que yo ahora tengo mis artes, las que me enseñó aquella cubana...!
-Bueno, mujer, vale, pero una cosa es que todo se llegue a saber, y otra bien distinta que se llegue a saber la verdad, ¡la verdad verdadera! ¿Te crees, por ejemplo, que aquel Emilio, aquel asistente que te traía los chismes, sabía distinguir si su Jefe se quedaba de imaginaria, o de retén, o esperando órdenes; o si, por el contrario, estaba arriba, en Tiradores, en el cuartel, discutiendo con los que sólo piensan en tirar tiros, tiros o cartas? ¿Sabes que te digo? ¡Pero no, no debo decirlo, y menos aquí, que hay críos...!
Pascual, también a la cuñada, pero bajando la voz:
-Los niños, hoy por hoy, dichosos ellos que sólo entienden de sus juegos, ¡y mejor así, por su felicidad! Cuñada, para rematar con nuestro secreteo, apúntate esto, que ya te lo digo de repetición: ¡Esas partidas con el Pater, por algunos indicios que me sé, traen mucha paz a tu matrimonio! Y como tú ya me entiendes, me callo, de contado, pero cuando veas al Capellán, no estaría de más que le beses la mano, ¡qué bien os lleva bendecido!
...
-¡Andan en la puerta; ahí está! ¡Vaya, llega el rápido de Bouzas!
-¡Mujer, primero un beso; y después que no hables de oídas, que tú no sabes ni dónde cae Bouzas..., a pesar de lo que llevas parlamentado con esa galleguiña, con esa señora de Vigo..., la madre del capitán Baylo! Y a todo esto, ¡buenas! ¿A ver, entre toda esta pandilla de la mesa grande, quien es aquí un tal Miguel, que lo voy a retratar?
-¡Yo, tiíto, yo soy; estoy aquí, en la presidencia, que hoy es mi santo!
-Para retratar a los niños tendrías que venir de día, y no a deshora, a la hora de los murciélagos... –Le cismó su mujer.
-¡No le hagas caso, cuñado, que a Felisa le tardaba por verte, como es natural! -Pascual, de remiendos; como siempre, un pacificador incansable.
Neira no les contestó directamente, dedicándose a ordenar los chicos, meticulosamente, como si estuviese preparando una revista, o una rendición de armas:
-A ver, mocitos, que ya que tía Felisa dice que es la hora de los murciélagos, poneros todos alrededor de esa tarta, pero bien empecinados, bizarros, sacando el pecho, que así como estáis ahora, tan desmañados, parecéis quintos del último reemplazo... No, así, no; Miguel, tu, de Jefe, de Gobernador, en el medio, y todos haciendo, ¡Uahhhh..., uahhhh...! Agitando las manos, con brío, como hacen los murciélagos en sus cuevas cuando les entra el sol, o sea, cuando les entra el sueño... ¡Así está mejor! Ahora, Miguelito, a ver si apagas las velas...! ¡No, así no, que tienes que hacerlo con las alas!
-¡Orlando, majadero, que no te enteras, que aquí no hay candelas, que no es su cumpleaños...! –Felisa, con su sentido del realismo.
-De paso también celebramos los años, ¿no sí, chaval?, que estoy viendo, en esta mesa, ocho cirios como ocho soles. ¿O no es verdad que tienes ocho soles, cosa que hace..., un ciento de lunas, y aún pasa? ¡A ver, atención, preparados, ar, que va otra! ¡Todos sonrientes, todos de juerga! Así, sin parar, que voy disparar los flahses, que con este invento no hace falta que sea de día... ¡A ver, que soltaré un jilguero...! ¿Queréis otra? ¿Que sí, por unanimidad? ¡Estos chicos, criados en el Territorio, luego parecen moros, torrados del sol, todos iguales y todos sincronizados! Esta otra la haré con los viejos, con vosotros detrás de los niños, ¡que para algo sois más altos, más altos y más feos! Como ya volaron los pajaritos, ahora soltaré una urraca... ¿Como la queréis, más blanca que negra, o más negra que blanca? ¡Vaya funeral, que no os reís, ni siquiera con los chistes...! ¿Quién dijo de hacer otra conmigo, con el cuervo, que ese fue el primero que soltó Noé...? ¡No, gracias, que fue una broma, que yo no me retrato, que no quiero estropear la máquina, que no es mía, que es tuya, Miguelito, que te la regalo por tu Santo..., y te vas a quedar sin carrete!
El niño, incrédulo, poniendo ojos de búho:
-¿Mía, tío Orlando? ¿Esta Woylânder, tan grande, es para mí; mía, de verdad?
-¡Pues claro, chaval! ¿No te acuerdas que la elegiste, que la compraste tú, tú mismo, conmigo, aquel día, en la tienda de los Martínez? ¡Sí, hombre, aquel día que salimos con tía Felisa, de paseo, por la calle del Seis de Abril... ¿Perdiste la memoria en el último siroco...? ¿No te acuerdas que estuvimos dudando entre dos tipos? ¡Pues una de ellas era esta, que bien te pregunté si te gustaba! Como ves, tiene objetivo 1, 1:8. Y además de eso, trae este juego de angulares que..., ¡mismo de fotógrafo profesional! ¡Ah, sí, ya veo que te acuerdas de aquello! Pero, ¿cuál era la otra preciosidad, aquella, aquel mismo día, en esa tienda de mis amigos...?
-¡Una Paxette, que también la miraste, por dentro y por fuera!
-¡Frío, frío! Era una cosa femenina...
-¿Entonces sería aquel collar de perlas, aquel que se puso tía Felisa para ver cómo le quedaba...?
-¡Te equivocas, chaval! La preciosidad no eran las perlas, sino el cuello de tu tía..., ¡con ellas puestas! Si se porta bien conmigo, igual se lo pedimos a los próximos Reyes, que le traigan aquel collar...
-¡Tío, tendremos que apuntarlo, que para los Reyes faltan…, meses, ni sé cuántos!
-Pues..., en ese caso..., como a ti, ella, te suele llamar "Mi rey", a los Reyes les pedimos otra cosa, y este collar, que lo compré con la máquina, se lo regalas tu... ¡De verdad; ten; cógele tú mismo, y si se agacha un poco, se lo pones!
-¿Y así no hay que firmar una carta para los Reyes?
-¡Ya les firmé yo, yo mismo, un precontrato, una carta de reserva que se dice..., y ellos me traerán un cheque, para compensar!
El niño, doblemente feliz, no entendía de contratos pero si de felicidad: la suya y la de ver a su tía dándole un cariñoso abrazo a tío Orlando, con su collar de perlas naturales, que nunca otras iguales pasaran por la alfândega de Feces.
Neira volvió a ponerse serio, como si acabase de traspasar una frontera, y les rogó que compartiesen los asientos:
-Vengo de hacer una descubierta, con mi Sección, por esas chumberas de detrás de nuestros polvorines, pero fuimos tantos a catarlas que ya no les quedan higos..., ¡así que traigo un hambre horrible, de diez horas!
El componedor, Pascual, entendió que debía meter una cuña publicitaria, otra:
-¿Cuñada, que nos dices de esta sorpresa del collar? ¡No se puede ser Tomás, ni Tomás ni Tomasa, que luego viene el Maestro, Jesús, y os da una lección de fe!
Quien recogió el cabo fue Orlando, que Felisa se dio media vuelta, pues algo húmedo se le deslizaba por las mejillas, y se fue a la cocina para secarse los ojos:
-¡Más bien merecía unos azotes, por suspicaz, pero, desde que la dejasteis hacer aquel tratamiento en Canarias, esta mujer se quedó sin diana, ¡sin cachas!
Ella le oyó al volver:
-¡Este maniático...! ¿Así que quieres cachas, otra vez...? ¡Pues ahora mismo empiezo a cenar, fuerte que fuerte, a ver si recupero..., antes de que cambien los vientos, que en ti es lo habitual!
El marido, en vista de que Eolo estaba a punto de provocar otra deshecha:
-¡Felisona, vaya que eres camorrista, ponerle este vinagre a la fiesta de los niños...! –Dirigiéndose al chiquillo: -A ver, tú, arcángel, ¿te gustó mi juguete? ¡El mío, no, el tuyo!
-Sí, tío, ¡muchísimo!
-¿Te gustó, y no le diste las gracias a tío Orlando? ¡Eso es lo primero que se hace! ¡Mira como tu tía Felisa le dio un abrazo cuando lo del collar, y bien fuerte! –Su madre, procurando educar en el respeto a ella imbuido.
Pero tío Orlando nunca era feliz si no le buscaba los tres pies al gato:
-¡No tenéis remedio! ¡Ahora le tocó a Celsa meter la pata...! Eso de gracias son cosas que tienen las mujeres, ¡a veces! Aquí no hacen falta gracias, arcángel, que todo queda en la familia... Aquí lo que se precisa es que este Miguel deje el Territorio bien retratado..., ¡cosa que no pudieron hacer los últimos de Filipinas, que no tenían aparatos, y por ello ya nadie se acuerda de ellos, ni de ellos ni de aquellas islas del gran imperio español! ¿Criaturas, sabéis que nunca se ponía el sol en el Imperio de las Españas?
Los chicos no se dieron por aludidos, que ni se enteraron, que para ellos lo más importante era aquella tarta, enfriada en la nevera a petróleo de los Neira! Carlos, Carlos Louzao, aquel viejo amigo de la familia, brigada de la Policía, que en su habitual prudencia, y como ajeno a la familia, guardara una prudente distancia en aquellos dimes y diretes educativos:
-Hablando del Imperio, ¿visteis los papeles de Tiliuin? ¡Vuelve el Al Mansur!
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Gómez Vilabella, Xosé M.
Gómez Vilabella, Xosé M.


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